Hace mucho tiempo,
del universo en la Vía Láctea nació un planeta:
de gases y rocas la Tierra primigenia surgió.
La fuerza interior y del Universo,
de fragmentos, y fusiones, y atracciones,
se conmovieron sus diversidades selectas
y se unieron los cuerpos,
se hizo de la Tierra una diferencia en su interior, un espíritu denso,
un rostro de aspectos diversos y curvas cautivantes,
una belleza inerte hasta ese momento.
Millones de años después, de la Tierra yació la vida y sus ciclos,
los aires, los cantos, las miles de formas de vida,
las civilizaciones y una historia distinta,
historia de vidas y sueños de quienes en ella nacen,
sobre el agua
y sobre su piel de suelo.
Piel de la Tierra: un sue(l)(ñ)o, un palpitar de misterios y tiempo,
un lodo noble y frágil como él mismo en su génesis ha sido
y se ha vuelto un cuerpo.
Cuerpo natural, y vivo, y diverso tras las cordilleras y senderos,
tras ese relieve acariciado por los vientos,
en todos los rincones terrestres que brotan del mar hacia el cielo.
El suelo ha visto nacer la Tierra al nacer él mismo,
una simbiosis de existencia, un hijo de la madre-roca,
refugio del agua y de millones de vidas invisibles, latentes.
Pulmón de los campos, creador de sedentarios,
—transformador de minerales y materia
—transformado por naturaleza o (in)experiencia,
tan lento como su perfecto equilibrio.
Suelo de recuerdos
(de los líquenes que construyeron su memoria),
cosmos natural, esqueleto de colores único,
ecosistema invaluable bajo los pies y las raíces,
hábitat diverso
en cada pisada y cada fruto, y cada maíz,
en cada surco florecido;
en cada centímetro que nutre y perdona,
en cada gota de sol que cubrió su hierba,
en las manos de arcilla y la piel morena,
en las civilizaciones que la tierra alimentó su frágil ser.
Polvo del que crecen y mueren, del que se transforma un mundo:
Piel de la Tierra, polvo del que nacemos.
Y que verá renacer.
Jhoana Paola Hernández Bravo
-Poema sobre el suelo y su formación
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